jueves, 7 de abril de 2011

Pie y zapato

UNO Jueves pasado. Rueda de prensa de Martin Amis. Presentación de su nueva novela, la magistral y majestuosa La viuda embarazada, en cuya introducción se lee: “Lo que viene a continuación es verdad”. Y esa es una afirmación que a Amis le ha parecido pertinente hacer una y otra vez –tanto en su autobiografía, Experiencia, como en numerosos ensayos, como en varias ficciones– tal vez porque, junto con Salman Rushdie, es el autor más “personaje” de su generación e idioma. Amis suele tener opiniones –muchas veces acertadas, otras apenas muy inteligentes– acerca de casi todo. Y Amis ha sido el narrador más minuciosamente investigado –el tipo de investigación que los clásicos del siglo XIX realizaban sobre sus criaturas imaginarias– no sólo por sus lectores y críticos sino, también, por eso que se conoce como “gran público” y por el periodismo de tabloides y escándalos. Desde siempre. Desde que tiene memoria. Desde que era nada más que el hijo de su padre. Desde que le preguntaron por primera vez cuánto había de autobiográfico en El libro de Rachel, su debut de 1973. Y, por supuesto, vuelven a preguntárselo ahora, casi cuatro décadas después, a propósito de la novela que viene a presentar y que empezó a escribir como memoir pura y dura que, de pronto, se convirtió en otra cosa: en un híbrido, en una mutación, en eso que es toda gran historia creciendo y enredándose entre las raíces y ramas de nuestra historia a secas. Y ahí y entonces, días atrás en un salón de hotel del Paseo de Gracia, Amis se permite –porque se lo merece y porque nos lo merecemos– citarse a sí mismo como explicación. Amis cita casi exactamente un párrafo de La viuda embarazada (página 418, edición de Anagrama) que es el que sigue y que, por supuesto, es brillante:
DOS “Pero resulta que hay otra manera de hacer las cosas, otro modo, otro género. Y aquí lo bautizo con el nombre de Vida.
“La Vida es el mundo de ‘Bueno, en fin’, y de ‘Lo cual me recuerda’, y de ‘El dijo’, ‘Ella dijo’.
”La vida no tiene tiempo para las propiedades exaltadas, para los artefactos de ornamentación y las intensas estilizaciones del realismo de fregadero de cocina.
”La vida no es un zapato de salón, con su tacón que va estrechándose hacia abajo y su suela arqueada; la vida es la pezuña anodina que tienes al final de la pierna.
”La Vida se va haciendo a medida que transcurre. Nunca puede reescribirse. Nunca puede corregirse.”
TRES Luego –el pasado jueves, fuera de la novela y dentro de la realidad– Amis hace una pausa, espera que el traductor traduzca, y agrega: “La Vida, ahora que lo pienso, es el pie feo y deformado por los años. El elegante zapato que lo recubre y lo disimula y lo esconde es la ficción. Y hay algo muy raro para un escritor: el darse cuenta de que no hay cosa más muerta que la vida. Es algo inerte, sin tempo dramático ni orden. Es algo que está ahí, que apenas yace a nuestras espaldas. Por eso escribimos, para resucitarla”.
Y, sí, pienso yo: el zapatito mágico y todo eso.
CUATRO Un rato después, durante el almuerzo, Amis parece más preocupado por los botines. De fútbol. Se pregunta con ojos brillosos cuánto dinero ganará Messi a la semana. Y agrega que el dinero y su radiación es el tema de su próxima novela, a titularse Lionel Asbo. Allí nos encontraremos con uno/otro de esos rufianescos monstruos de Amis: el tal Asbo, un desaforado ganador de la lotería dispuesto a conquistar y comerse el mundo. Mourinho, le digo, es el DT más Amis que jamás ha existido. ¿Por lo soberbio?, pregunta Amis. No, por lo bestial y erosionante y lo seriamente divertido, le respondo. Y, además, días atrás han intentado apuñalarlo, parece. Muy Amis, sí.
Después, la conversación va por el lado de la inminente mudanza de Amis a Manhattan. ¿Se convertirá Amis en una suerte de Henry James de dirección contraria? ¿El Yang de su Yin? ¿Un inglés escribiendo desde el Nuevo Mundo acerca de la llegada de británicos como alguna vez James diseccionó a sus compatriotas listos para desmelenarse en el Viejo Mundo? Es posible, responde Amis. Y, antes de cambiar de tema, advierte: “Me gusta la idea de un escritor en el centro del Atlántico, entre uno y otro sitio. Pero no ha sido nada calculado. No se pueden planear estas cosas. Para eso uno es escritor. Para, después, hacer creer que así fue a través de algo que no sucedió aquí fuera pero que, de pronto, ha sucedido allí dentro. Y llegado ese punto... ¿importa realmente la diferencia de lugar?”.
CINCO Y después de caminar de vuelta a su hotel y ya de regreso a mi casa, en el metro, de pronto –no podía dejar de pensar en el pie y en el zapato, en lo true y en lo untrue– me acordé de Robert L. Ripley (1890-1949). El hombre cuyo mantra era Believe It or Not! -–ese Créalo o no o Aunque usted no lo crea que seguí en mi infancia a lo largo de diarios, revistas de la Editorial Novaro (en las que Ripley se sobrenaturalizaba), y serie documental televisiva con Jack Palance como maestro de ceremonias. Ripley se dedicó a perseguir curiosidades, rarezas, freaks, aberraciones físicas y espirituales a lo largo y ancho del planeta –visitó 198 países– en safaris bizarros y absurdos. Todo valía, todo entraba en –primero– sus cartoons y viñetas publicados por trescientos periódicos en todo el mundo. Y, después, en cualquiera de sus museos demenciales, conocidos como odditoriums. El primero de ellos en Chicago, inaugurado durante la Feria Mundial de 1933. Santuario donde depositar su trofeos: catedrales construidas con fósforos, aquel que levantaba pesas con sus párpados y ese otro que se metía clavos por la nariz y pie de geisha y zapato de gigante... Todo valía, todo entraba. Hoy hay odditoriums en los Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, Australia, Tailandia, Kuwait, Malasia (¿para cuándo Argentina, Oddgentina?) y, por supuesto, desde agosto de 1979, en una de las ciudades más odditorium del planeta: México D. F. Allí llegué hace años y me metí de cabeza. Una vieja casona de principios del siglo XX, en el número 6 de la calle Londres, en la Colonia Juárez y junto a otra mansión donde está el Museo de Cera. Efigies de presidentes y artistas y Nuestra Señora de Guadalupe apareciendo frente al indio Juan Diego y, en los sótanos, salas de tortura y laberintos poblados por monstruos y, delirio, Alien brotando del pecho de una mujer vestida de ama de llaves victoriana. Y me quedó claro que todo almacenado en los pisos superiores del Museo Ripley chilango –los personajes históricos y verídicos– a los mexicanos les importa muy poco. La verdad y la pasión estaban bien abajo, en el Mictlán del museo, en las catacumbas donde sentir la mexicana alegría de tener miedo. Ripley tenía miedo de electrocutarse hablando por teléfono y nunca aprendió a conducir aunque coleccionaba autos. A la hora de hablar de sí mismo, Ripley mentía. Alteraba fechas, cambiaba orígenes, juraba haber sido un gran estudiante y no haberse casado nunca y hasta afirmó que Charles Lindberg había sido “apenas el hombre número 67 en cruzar el Atlántico a bordo de una máquina voladora”. Ripley agonizó delirando y alcoholizado, creo. Pero cómo saber si al final se la había creído de verdad. De una cosa sí estoy seguro: cada vez hay más Ripleys erigiendo sus propios odditoriums virtuales para intentar –al menos por un tiempito, mientras reciben a las visitas y a sus comentarios– apuntalar la efímera y mitómana y enredada propia leyenda cyber-urbana.
SEIS Con el auge del blog (en más de una ocasión el blog es algo así como la chancleta del asunto para un pie con demasiados juanetes y ampollas y callos, ciertos blogs como la alpargata que patalea y patotea al libro, aunque en transparente secreto lo desee como a zapatito de cristal) ya saben lo que suele suceder. La socialización de lo privado y el sinceramiento de la hipocresía: te sonríen en público y te sacan fotito telefónica a escondidas y corren a sus pantallas a reírse de uno y hasta la próxima, cuando vuelven a sonreírte en público y... Igual pasa con el pronunciamiento apresurado del email (todavía joven e impetuoso y aún lejos de la madura y reflexiva meditación del papel y la tinta) que envía y difunde, en el acto y fallido, encendidas proclamas a la velocidad de la electricidad. Se corre el peligro de electrocutarse, de acabar pareciéndose no al alucinante y fértil (y embarazado de veracidades) Amis dando a luz cosas ciertas, sino al alucinado y estéril (y embarazoso por sus embustes) Ripley insistiendo en el oscurantismo de ciertas cosas. No es lo mismo una mentira verdadera que una verdadera mentira. Riesgos de construir o deconstruir toda una vida pensando que el zapato es lo que va dentro del pie sin saber que, de este modo, tarde o temprano, a uno termina saliéndole no el tiro por la culata sino la patada en el propio culo.
Así –se va haciendo a medida que transcurre, nunca puede rescribirse, nunca puede corregirse– es la vida, la Vida.
Aunque –créanlo o no– ustedes no lo crean.
Rodrigo Fresán

Lo que se...

Los que hablan no saben. Los que saben no hablan. Eso ha sido así desde siempre.
También: si no vas, nunca lo sabrás. Les digo eso a mis hijos.
Diez años parecen haber sido hace unos pocos años.
Si es la silla indicada, no lleva demasiado tiempo sentirse cómodo en ella.
Italia ha cambiado. Pero Roma es Roma.
Construimos una pared de goma para la escena de la cárcel en Toro salvaje. Era una gomaespuma dura. Estrellar la cabeza contra una pared verdadera no hubiera sido posible. Había que hacerlo hasta quedar contentos.
Me gustaría ver todas mis películas una sola vez tan solo para ver qué me hace pensar, para ver cuál fue el patrón. Pero con todas las películas en las que estuve, eso significaría ver dos o tres por día durante un mes. No sé de dónde sacaría el tiempo.
Si Marty quisiera que yo hiciera algo, lo consideraría muy seriamente, aún si no me interesara.
Mi definición de un buen hotel es un lugar en el que me quedaría.
Si no recuerdo mal, no se hacían muchas secuelas en aquella época. El Padrino fue una de las primeras. Así que no pensábamos sobre las secuelas de la manera en que lo hacemos ahora. Recuerdo estar viendo la calle completa entre la Avenida A y la Avenida B convertida en los comienzos del siglo XX. Las vidrieras, los interiores de los locales. El tamaño era increíble. Uno sabía que lo que estaba haciendo era ambicioso.
Siempre estaré en deuda con Francis.
Cuando hice El francotirador, pensé: Tailandia es un lugar interesante. Volveré pronto. Pero no regresé hasta como dieciocho años después.
Todos pueden criticar. Pero al final del día, uno sabe que las intenciones de Obama son las correctas.
Deberías haber hecho esto. Deberías haber defendido esto más que aquello. El presidente tiene que lidiar con eso todo el tiempo. Imaginate lo que debe ser tener que tratar con todas estas fuerzas que se te vienen encima, tener que transar, sopesar las consecuencias de cada decisión en relación a las otras. Es difícil. Si lo pensás un poco, es un poco como ser un director.
Siempre les digo a los actores que van a una audición: No temas hacer lo que indican tus instintos. Tal vez no consigas el papel, pero la gente va a tenerte en cuenta.
Me dicen que Jodie Foster dijo:
Para el momento en que me dieron el papel en Taxi Driver, ya había hecho más cosas que De Niro o Martin Scorsese. Había estado trabajando desde los tres años. Así que aunque tenía sólo 12 años, sentía que era la veterana allí.
De Niro me llevó a un lugar aparte cuando empezamos a filmar. Me pasaba a buscar por mi hotel y me llevaba a diferentes restaurantes. La primera vez básicamente no dijo nada. Sólo murmuraba. La segunda vez comenzó a repasar las líneas conmigo, lo cual era bastante aburrido porque yo ya me las sabía. La tercera vez, repasó las líneas conmigo otra vez, y ahora estaba realmente aburrida. La cuarta vez, repasó las líneas conmigo, pero empezó a irse para otro lado, sobre ideas completamente diferentes dentro de la escena, hablando sobre cosas muy locas y pidiéndome que siguiera su improvisación.
Así que empezamos con el guión original y él luego se iba por una tangente y tenía que seguirlo, y entonces era mi trabajo encontrar eventualmente el espacio para devolverlo a las últimas tres líneas de texto que ya habíamos aprendido.
Fue una revelación enorme para mí, porque hasta ese momento yo creía que ser un actor era tan solo actuar naturalmente y pronunciar las líneas que había escrito otro. Nadie jamás me había pedido que construyera un personaje. Lo único que habían hecho para dirigirme era decir algo como “Decilo más rápido” o “Decilo más lento”. Así que era una sensación completamente nueva para mí, porque me di cuenta de que actuar no era un trabajo tonto. Yo creía que era un trabajo tonto: alguien escribía algo y vos lo repetías. ¿Qué tan tonto era eso?
Hubo un momento en algún restaurante, en algún lugar, en el que me di cuenta por primera vez de que era yo quien no había estado aportando demasiado a la mesa. Y sentí una excitación de esas en las que transpirás y no podés comer y no podés dormir.
Me cambió la vida.
¿Jodie dijo eso? No, no me acuerdo. La gente tiene recuerdos de cosas que yo no recuerdo. ¿Ella tenía cuánto, doce? Increíble...
Si no lo hacés bien ahora, nunca será como debería ser; y se queda ahí para siempre.
Es la misma historia de siempre: la delgada línea entre el dinero y la calidad. ¿Tenemos que gastar todo esto para hacer esto? Bueno, sí, porque si no lo hacemos...
Si tomás un atajo, la gente se va a dar cuenta y se va a sentir engañada. Es como una película: acumulativamente, todos los atajos y los engaños restan algo de la textura.
En ocasiones, tener restricciones financieras te beneficia. Te obliga a inventar soluciones más creativas.
Simplemente voy al teatro. Nadie me molesta. Ni siquiera me reconocen. Lo hago de cierta manera.
No pude entrar a ver Avatar en el IMAX 3-D.
Mientras tengas hijos, siempre habrá algún problema.
No sé si mis hijos me han enseñado algo, pero se me han revelado cosas. Cosas que ocurren. Ahora sos un abuelo. Y tus hijos te están dando consejos.
Es interesante cuando tus hijos te dan consejos. El otro día tuve una conversación con mi hijo mayor. El me decía: “No debería hacer esto, y esto, y esto”. No es que estuviera de acuerdo con él en todo. Pero fue una buena sensación.
Envejecés y te volvés más cauteloso.
Aparecen situaciones por las que ya pasaste, y podés ver hacia dónde se dirigen.
Un buen consejo puede ahorrarte un pequeño fastidio.
Tuve a mis mellizos aquí. Tienen quince años. Cuando yo era adolescente, había menos restricciones que las que yo les impongo a mis hijos. Pero yo sé que esas restricciones son importantes. Aun así, tienen que tener su espacio. Es un equilibrio delicado. Te decís: yo sobreviví a eso. ¿Cómo lo harán ellos? Y sin embargo lo hacen. Con un poco de suerte.
Puedo reírme más ahora que cuando era más joven. Soy menos sentencioso.
Me cuesta mucho regalar una de las pinturas de mi padre.
He mantenido el estudio de mi padre por los últimos 17 años, desde que murió. Lo mantuve tal cual estaba. En un momento pensé en dejarlo ir. Luego tuve una reunión de amigos y familiares para verlo por última vez. Grabarlo en video. Pero me di cuenta de que es diferente en persona que en video. Es otra experiencia. Así que me lo quedé.
Sé valiente, pero no imprudente.
Sin importar lo que hiciera, Marlon siempre era interesante.
Para mostrar lo primitivas que solían ser las cosas: teníamos que disponer un trípode para pasar en video las escenas de Marlon en la sala de proyección de Paramount, para que yo pudiera estudiar sus movimientos. Lo interpretaba sobre un pequeño acto por acto.
Nunca hablamos con Marlon sobre nuestras actuaciones en El Padrino. ¿Qué me iba a decir? Nos conocíamos. Pasé algún tiempo en su isla con él. Pero no hablás de actuación. Hablás de cualquier cosa menos de actuación. Supongo que la admiración no se expresa en palabras.
Sí, podés hacer nuevos amigos. Hace poco conocí a una pareja; son mucho más jóvenes que yo. Es agradable.
La realidad es este momento.
Alguna gente entiende lo que es crear algo especial, y otras piensan en qué es lo que pueden sacarle.
No voy a leer todos los libros que quiero leer.
Quizá me gustaría hacer cosas que fueran más como retirarse. Como sentarme en un lugar y simplemente disfrutar. Una buena caminata. Un café. Como retirarme, pero no retirarme. Mientras disfrute de lo que estoy haciendo, ¿por qué retirarme?
Atravesás muchas fases diferentes en la vida. Solía comer postres todo el tiempo de chico. Ahora no como mucho postre. Excepto cuando estoy en restaurantes especiales y me digo: Bueno, estoy acá, tengo que comer el postre.
Ahora es ahora. Entonces era entonces. Y el futuro será lo que el futuro sea. Así que disfrutá el momento mientras estás en él. Ahora es un gran momento.
Robert De Niro