jueves, 2 de diciembre de 2010

Un billete para Insfrán

Voy a contarles una buena historia (cualquier referencia a Peperina corre por cuenta de quién lee).
Corría el año 1879 cuando “el Zorro”, que no era Guy Williams ni tenía un mayordomo sordomudo y que desde el Partido Autonomista Nacional, un antepasado directo de la más berreta derecha argentina de hoy, manejaba a piacere los hilos de la política nacional, inició la matanza de indios más grande y despiadada de la historia de nuestro país con la denominada Conquista del Desierto.
Esta “epopeya” -así nos la contaron en la escuela a los de mi generación, como un acto patriótico de consensuar con los indígenas el reparto pacífico y beneficioso de las extensas tierras patagónicas, total había mucha y se podía repartir, tiene su origen en el etnocentrismo histórico y endémico de los gobiernos argentinos: la región estaba completamente deshabitada de gente de raza blanca y civilización europea. Sólo estaba poblada por indígenas nómadas, que eran considerados como animales, por lo tanto, era un "desierto”… y yo que siempre creí que desierto era un territorio arenoso o pedregoso que, por la falta casi total de lluvias, carece de vegetación o la tiene muy escasa… que iluso he sido, estos prohombres sí que la tenían clara.
Así fue entonces que “el Zorro” al mando de un ejército muy moderno para la época, conquistó la Patagonia oriental venciendo la resistencia de los pueblos originarios de etnia mapuche, causando una gran cantidad de víctimas y desplazando a las tribus que sobrevivieron a las zonas más periféricas y estériles de la Patagonia, los resultados de esta épica fueron, 1.313 indios muertos, 13.113 indios prisioneros y enviados a Buenos Aires, donde eran separados por sexo, a fin de evitar que procrearan hijos, las mujeres fueron empleadas como sirvientas o prostitutas en casas de pensión, mientras una parte de los hombres fueron enviados a la isla Martín García, donde murieron, en su gran mayoría, a los pocos años de reclusión, todo esto sin olvidar que Roca, porque se habrán dado cuenta que de él hablaba, repartió entre amigos, parientes y favorecedores el botín obtenido en tierras.
Ahora bien, si este hijoputa de los tantos que han forjado nuestro triste itinerario de nación, asesino de ranqueles, salineros, mapuches, boroganos, tehuelches y araucanos, ha recibido honores póstumos tales como incontables calles y plazas de nuestro país que llevan su nombre, escuelas bautizadas con el rimbombante nombre de “General Julio Argentino Roca” y por si fuera poco, el billete nacional de mayor denominación circulante lleva impresa su foto y un recordatorio del genocidio aborigen… ¿no sería bueno que el actual gobernador formoseño Gildo Insfrán tenga en vida su bien ganado homenaje como sucesor de “el Zorro”?
Porque resulta que este “señor” que enarbola la política educativa como su bandera más preciada quiere fundar una universidad agropecuaria en tierras son que reclamadas por una comunidad descendiente de los tobas que abogan desde hace tiempo por la restitución de las mismas a sus propietarios originales mediante protestas públicas que han sido objeto de brutales represiones hasta que, se vislumbraba, el martes pasado un aborigen fue asesinado por la policía, que además hirió a otros siete.
¿Sabrá el gobernador formoseño, en tanto autor ideológico indiscutible de la masacre aborigen, que en una democracia pluralista, los desacuerdos son legítimos? ¿Qué el disenso demanda de los gobernantes el más escrupuloso respeto a las normas de juego establecidas por las instituciones democráticas y el cuidado de los valores ético-políticos que están en la base de toda asociación democrática?
¿Para cuándo la foto de Insfrán en el billete de 200 pesos con la imagen en el reverso del cadáver del nativo?

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