miércoles, 1 de diciembre de 2010

La navidad es una mierda

“... ya se acerca nochebuena, ya se acerca navidad...”  Dígame, don ¿No tiene algo así como los huevos a punto de estallar cuando se acercan las fiestas de fin de año? ¿No?, bueno, yo sí. Pinitos verdes, pinitos blancos, pinitos dorados, papás noeles a la vuelta de cualquier esquina, guinarldas blancas, guirnaldas rojas, guirnaldas doradas y gente, gente y más gente pelotuda comprando cosas pelotudas en comercios que se vuelven pelotudos para esta época del año.
Todo el bombardeo alegórico empieza el día de la virgen, ¿virgen?, ¿qué virgen?, ¿la del espíritu santo?, jajaja… bueno, ese es un tema para un próximo post, y sigue hasta entrado el nuevo año. Comienza de a poco, casi como una canilla que gotea y va aumentando el insoportable, ominoso caudal, hasta convertirse en un torrente de acontecimientos bochornosos y ridículos que, observados a cierta distancia, da vergüenza ajena, fíjese si no…
Todo arranca con la tele, como tantas otras cosas desechables de la vida, en la que un día descubrimos a la idiota de Maru Botana con un ridículo gorrito de papá Noel cocinando no sé qué cosa para agasajar a nuestros invitados navideños (¿Qué invitados?), luego como quien no quiere la cosa hacen su aparición las tediosas películas temáticas que venimos soportando desde que se inventó el puto aparato, Navidades blancas, Navidad en Connecticut, ¡S.O.S.! Ya es Navidad, Mi pobre angelito  en Navidad, la Navidad de Freddy y otros bodrios por el estilo. Mientras tanto empiezan los cruces de llamadas telefónicas de gente con la que uno ha decidido no tratarse y que aparece sólo para este tipo de eventos, interrogantes del tipo ¿Donde nos juntamos para despedir el año?, ¿La pasamos en tu casa o en la mía?, ¿Qué le pediste a Papá Noel?, ¿Quién hace la ensalada de frutas?, ¿Lechón o pollo relleno? y todas esas cuestiones que dan ganas de desaparecer por un rato largo de los lugares que uno frecuenta con entusiasmo durante el resto del año.
¿Para qué hablar de la nochebuena misma? Momento cúlmine y rocambolesco de la hipocresía familiar, en la que una piara de inadaptados, que se la pasó a dieta durante todo el invierno para llegar con 300 gramos menos al verano, se abalanza cual jauría de perros salvajes sobre turrones, nueces, almendras, peladillas (¿Qué son las peladillas?) y cualquier cosa que tenga al menos un millón de calorías, todo esto con una sensación térmica de 50º en el odioso y mínimo livingcito de la tía Chela (todos tenemos una tía Chela), que por supuesto está decorado ad hoc (¿Aun no le vinieron ganas de vomitar? Entonces siga leyendo), se pelean con todos los familiares por un lugar en la mesa, porque como bien usted sabe, nadie quiere sentarse al lado del pelotudo del tío que cuenta los mismos chistes viejos y malos todas las navidades, y al lado de esa ¿Quién quiere sentarse?, si está intratable desde que se hizo el lifting y no para de hablar de las próximas cirugías que tiene pensadas, al tiempo que esperamos el momento propicio para tirarnos de cabeza sobre el último pedazo de lechón frío y, como si todo esto fuera poco, el vino es de mala calidad así que siempre hay algún imbécil que termina borracho y no para de tirarle los galgos a cualquier cosa que se parezca a una mujer, inclusive la tía Chela.
¿Por qué no nos dejamos de joder con estas cosas? No claudiquemos ante el hostigamiento comercial para que estos bochornosos espectáculos no tengan lugar, obviemos reunirnos con gente a la que el resto del año evitamos saludar, no malgastemos nuestro dinero en regalos vulgares comprados en lugares inmencionables y por sobre todo seamos consecuentes con nuestro comportamiento diario o ¿Usted verdaderamente cree que las navidades nos hacen mejores personas? ¿O sospecha que el tierno gordo barrigón, de barba blanca que no es más que un invento comercial de lo más original nos puede hacer olvidar el año de mierda que tuvimos?
¡Déjenme de joder! Ah, y por favor, no me llamen para saludarme por las fiestas, no estoy para nadie.

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