sábado, 30 de octubre de 2010

De la muerte como tema

Releyendo el poema Límites, que en 1960 Jorge Luis Borges publica en La Nación y que transcribo a continuación, pensaba que el vacío de la muerte angustia, da una sensación de asfixia, y sin embargo vislumbro que no hay nada de que temer. Hay que estar alertas y cerrar filas, y militar, y comprometerse y tratar de cambiar de una vez por todas el nefasto destino diseñado para el país por los mismos carroñeros de siempre, que sin aguardar a que el cadáver de ese que pateó el tablero inmóvil desde hace un rato largo empezara a perder calor, coparon la escena con editoriales agoreras y apocalípticas.
No, no hay nada que temer, son los mismos de siempre.


Límites

De estas calles que ahondan el poniente,

una habrá (no sé cuál) que he recorrido

ya por última vez, indiferente

y sin adivinarlo, sometido


a quien prefija omnipotentes normas

y una secreta y rígida medida

a las sombras, los sueños y las formas

que destejen y tejen esta vida.


Si para todo hay término y hay tasa

y última vez y nunca más y olvido

¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,

sin saberlo, nos hemos despedido?


Tras el cristal ya gris la noche cesa

y del alto de libros que una trunca

sombra dilata por la vaga mesa,

alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado

con sus jarrones de mampostería

y tunas, que a mi paso está vedado

como si fuera una litografía.


Para siempre cerraste alguna puerta

y hay un espejo que te aguarda en vano;

la encrucijada te parece abierta

y la vigila, cuadrifonte, Jano.


Hay, entre todas tus memorias,

una que se ha perdido irreparablemente;

no te verán bajar a aquella fuente

ni el blanco sol ni la amarilla luna.


No volverá tu voz a lo que el persa

dijo en su lengua de aves y de rosas,

cuando al ocaso, ante la luz dispersa,

quieras decir inolvidables cosas.


¿Y el incesante Ródano y el lago,

todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?

Tan perdido estará como Cartago

que con fuego y con sal borró el latino.
Creo en el alba oír un atareado

rumor de multitudes que se alejan;

son los que me ha querido y olvidado;

espacio, tiempo y Borges ya me dejan.


Jorge Luis Borges

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